Cecilia Magaña
3 min readJan 4, 2021

(01/52) La cabeza llena de fantasmas

Desde niña, durante la reunión de Nochebuena en casa de mi tía, mientras los demás jugaban juegos de mesa o contaban chistes, yo terminaba en alguno de los cuartos de arriba hablando de historias de terror con Mando y Joaquín, mis primos favoritos. Joaquín es la única persona que conozco a quien alguna vez le amaneció un cuerno de pan bajo el arbolito; mi tía se lo había advertido y cumplió la amenaza de que si no comía bien, Santa Claus le dejaría un cuerno retorcido. Claro que después del susto le entregó su verdadero regalo pero supongo que por eso y porque éramos un trío de morbosos, en lugar de hablar de lo que esperábamos que nos trajera Santa, pasábamos la noche asustándonos, narrando las últimas películas de terror que habíamos visto, hablando de leyendas y espantos, asomándonos por la ventana a la oscuridad de la calle para ver si algo se nos aparecía.

Durante las últimas tres semanas estuve buscando documentales, películas e historias del género hasta dar con el audiolibro de A head full of ghosts en Bookmate. Nunca había escuchado un audiolibro completo y la experiencia fue estremecedora. Mientras caminaba en el parque o iba a la tienda y contaba el cambio para pagar el pan o las tortillas, en mis oídos se desarrollaba la historia de dos hermanas que participaron de un reality show en el que se intentaba registrar la supuesta posesión de una de ellas: la mayor, la adolescente, la más despierta. Miraba el estante de refrescos en el oxxo y me detenía a medio camino de tomar una lata al tiempo que la chica cuestionaba qué sucedería si en lugar de expulsar al supuesto demonio que la habitaba, el sacerdote la expulsara a ella, a su espíritu, y su cuerpo quedara para siempre ocupado por lo que ellos tanto temían. Cortaba cebolla fresca y ponía a hervir la sopa con la voz de la protagonista describiendo la verdadera locura detrás de todo aquel espectáculo: que su familia fuera capaz de firmar el contrato con la televisora para pagar un tratamiento psiquiátrico que jamás se concretaría. Al tiempo que yo salía con las bolsas de basura a la esquina y pisaba con gusto las hojas secas, la hermana menor trataba de hacer una vida normal, pateando la pelota en el jardín (también lleno de hojas de otoño), sabiendo que su familia se desmoronaba frente a las cámaras.

Estoy a unos quince minutos de terminarlo y siento un poco de nostalgia. Me imagino vista desde fuera haciendo los pendientes del día a día, con la cabeza efectivamente llena de fantasmas: ¿me habrá notado la cajera alguna expresión rara durante mis sesiones de escucha? ¿la vecina? ¿la señora con la que a veces me cruzo en el parque?

Pienso también en Armando y Joaquín, con quienes no hablo desde hace años, no porque haya pasado algo malo entre nosotros, sino por la distancia, por crecer y tener intereses distintos, por vivir lejos y porque ha pasado tanto tiempo que no sabría de qué hablarles o con qué excusa. La verdad es que incluso entonces no hablábamos en todo el año: nos veíamos solo en Navidad y en vísperas de año nuevo, cuando mi familia viajaba a Ciudad de México para las fiestas.

Por un momento se me ha ocurrido que si la obsesión de trabajar demasiado y estar siempre ocupada no me expulsara de mí misma, me acordaría de ellos en otras fechas, pero no es cierto. Siempre los he asociado con la tradición de la Navidad y me gustaba mucho la nuestra: contando historias que nos creaban un hueco en el estómago y nos hacían mirarnos unos a otros con expresiones sorprendidas y alertas, sin importar qué había sido de nosotros durante todo un año o qué vendría después, hasta que alguien nos gritaba que ya era hora de bajar con los demás a compartir la cena.

Cecilia Magaña
Cecilia Magaña

Written by Cecilia Magaña

Escribo, doy talleres y tengo un curso de creación de personajes en la plataforma de Domêstika. Vivo con Javier y Nala, una perra de humor cambiante.

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