04/52 Un botón de pánico.
Hace un par de semanas, Javier y yo vimos una serie documental sobre el acosador nocturno (así, con minúsculas, porque no le quiero dar mucha dignidad). La nieta de una de sus víctimas narró que su abuela, pocos días antes de ser asesinada, se negaba a cerrar la puerta con llave. El argumento de la señora era que el miedo no la iba a dominar ni a hacerle cambiar su estilo de vida.
Los ataques de este hombre ocurrieron en los ochenta y fue especialmente activo durante 1985. En ese año, mi familia vivía en Pachuca Hidalgo, en una casa que mis papás rentaban y formaba parte de una cerrada en las afueras de la ciudad. Si me asomaba por la ventana de mi cuarto, todo lo que podía ver eran llanos, rebaños de ovejas que no imaginaban que eventualmente se convertirían en barbacoa y la lejana silueta de un toreo. No sé si hubo algún merodeador o robos en la zona durante aquel tiempo, lo que sí sé es que mi papá tenía que viajar y quien se quedaba sola en casa con nosotras era mamá. Quizás por eso, o porque hubo algo que les asustó y nunca nos explicaron, mis papás se pusieron de acuerdo con los vecinos de al lado para instalar un botón en el cuarto. Era una especie de timbre, que al presionarlo se escucharía al otro lado y viceversa: si alguno necesitaba ayuda, solo hacía falta presionarlo.
Los vecinos eran españoles y yo los veía como gente ya muy mayor. Hoy supongo que estarían en sus cincuenta. La mujer, cuyo nombre no recuerdo, llamaba Toña a mi madre, cosa que me hacía reír porque me sonaba horrible y mamá siempre ha sido Tony. Toña sonaba muy fuerte, anticuado. Pero adivinando, por el tema del botón, que mamá tenía miedo a algo que parecía más grande que ella, Toña era un nombre que hubiera podido darle valor.
El botón estaba en el cuarto de mis papás y era importante que no estuviera a la vista (la idea era poder activarlo sin que un intruso lo notara), por lo que lo instalaron detrás de la cabecera. No sabía dónde era que los vecinos habían instalado el suyo, ni entendía por qué pensaban que quien fuera que requiriera ayuda estaría justo en esa habitación, sobre esa cama. Una noche, viendo televisión los cuatro en la cama de mis papás, activamos el botón sin querer. O creo que fue sin querer. Porque la memoria es una cosa rara y no estoy segura de si lo presionamos al apoyarnos en la cabecera sin siquiera darnos cuenta o si fui yo quien presionó la cabecera y sabiendo que estaba activando el botón de alarma, no me importó y seguí presionando.
El vecino llegó con un bat a la casa, asustadísimo, y una vez más, la memoria no me da para asegurar si el hombre tenía una llave para entrar a nuestra casa o si el pobre blandió inútilmente el bat en la calle, gritando (lo que no tendría sentido, porque entonces, ¿de qué servía pedirle ayuda?). El pobre estaba muy aliviado de que todo hubiera sido una falsa alarma y que fuera lo que fuera lo que mis papás temían, él estuvo listo para responder.
Hace apenas una semana, en plena madrugada, fui al baño a volver el estómago. La cosa no paró: vomité tanto que me desmayé y Javier salió del departamento a pedir ayuda a los vecinos de al lado. Sabemos, por los chismes del edificio, que son doctores. Entre sueños escuché la voz de Javier explicando: “mi novia se desmayó y creo que ustedes son médicos”, yo estaba tan débil que no podía ni moverme, pero sí alcancé a oír la respuesta que recibió antes de que el vecino volviera a cerrar la puerta: “somos psiquiatras”. Lo que ahora sabemos eran síntomas de salmonela y en ese momento nos hizo sentir como huérfanos desorientados, sin duda no era un caso de vida o muerte, pero ninguno de los dos sabía qué hacer. Hoy, ya sana gracias a una tanda de antibióticos, no puedo dejar de pensar en aquel vecino con su bat y en la insensible respuesta de quien hubiera podido tan solo echar un vistazo y decir: “ah, necesita hidratarse y descanso.”
Tal vez esa es otra cosa que nos ha robado el terror al covid: la solidaridad de ayudar a otros por temor a infectarnos. O quizás este psiquiatra es un hijo de puta. O sí fui yo quien presionó el botón y su insensibilidad fue una forma de retrasadísimo karma (en realidad, me convence mucho más la opción hijo de puta, el universo debería ser más ágil y Javier no tuvo nada que ver con aquel evento que le narré después de ver el episodio del acosador nocturno como algo chistoso, para relajarnos después de terminar un episodio).
Lo que sí tengo claro es que me conmueven mucho mis papás (que entonces eran al menos cinco años más jóvenes que nosotros) y pensarlos con un miedo tan grande que tuvieron que compartirlo con un par de vecinos. Me conmueve el valor de aquel hombre que sí vino a nuestra ayuda y me conmueve pensar en nosotros dos, llenos de miedo, asombrados por la excusa de nuestro vecino, envueltos en una vulnerabilidad que siempre está pero se nos olvida o tenemos que olvidar para seguir funcionando.
También me queda claro que de instalar un botón de pánico, tendríamos que considerar como alternativa a los que viven en el piso de abajo.