08 / Cabello

Cecilia Magaña
6 min readSep 18, 2021

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Penúltimo tinte

Tenía puestos esos guantecitos que al quitármelos mancharon los dedos que terminé embarrando en el lavabo (hay varias muestras ahí, de pinturas pasadas que se deslavaron di mi cabeza hace mucho tiempo pero se las han arreglado para permanecer ahí, donde las tallé con cloro y toda la cosa).

Para cuando iba por tres cuartos de bote había cubierto solo la mitad de mi cabeza y tuve que arreglármelas con un peine (recomendación de mi mamá) mientras me imaginaba tomando un uber con la mitad del pelo embarrado para ir a buscar otra caja. Afortunadamente, el truco funcionó y pude distribuir todo en mi cabello, esperé los treinta minutos que suelen correr lento y durante los cuales no sé qué hacer: fumo, me paseo por el depa, intento leer, no me concentro. Una vez terminados, decidí dejar la mezcla un poco más, porque la segunda mitad quizás necesitaba tiempo extra. Descubrí, en mis recorridos de tigre enjaulado por el depa, que también había pintado la puerta de uno de los cuartos.

Después de enjuagarme y dar por terminado todo el show, me sequé el cabello para comprobar que hubiera quedado chido. Algunas canas habían sobrevivido y el tono cambiaba por secciones. Me prometí que la próxima vez iría a un lugar a que me lo pintaran.

Ficción

En dos novelas inéditas, mis protagonistas se pintan el pelo: Rita es una chica adolescente que se cree el rollo de pintarse cabello para escapar de Ajijic y utiliza el tinte que una mujer que le da refugio tiene guardado en el baño de su casa rodante. El tinte queda verde.

Carlota es una mujer que tras pasar varios meses a la fuga con un amante, descubre su cabeza llena de canas. Se avergüenza y trata de arrancárselas en el baño de una casa ajena. La dueña de la casa es estilista y es gringa, le ofrece pintarle el cabello por un dólar. El tinte dura varios capítulos breves, porque la historia de Carlota se intercala con una subtrama. Cuando los llevé a un taller, a mis lectores les desesperaba lo mucho que duraba el proceso, lo que no saben es que me prometí no cerrar ese asunto hasta que yo misma me pintara el cabello y lo posponía cada semana.

Deudas

Poco antes de que empezara la pandemia mi banco me ofreció una tarjeta de crédito. La vieja estaba extraviada y me dedicaba a pagarla sin gastar, gracias a que el plástico había sido cancelado y no me había molestado por recoger la reposición. Aceptar la nueva parecía una buena idea: tenía un límite de crédito más bajo y pensé que la usaría solo para lo indispensable, sobre todo en esos meses en que no tengo ingresos por ser maestra y tener “vacaciones”.

Había recibido un cupón de regalo de una estética y fui a cortarme el cabello. La peluquera elogió mi cabello chino y me ofreció un par de productos para estilizar mis rizos: “¿Pensabas que esas modelos traen el cabello así sólo con shampú? No, amiga, todas usan productos. Todas. Es la única forma de que luzcan.” Me demostró cómo podía verme, aplicándolos en mi cabello y decidí correr el riesgo y cargar a la nueva tarjeta esas dos maravillas que me reconciliarían para siempre con mi pelo. Fueron casi tres mil pesos. La deuda duró más tiempo del que usé los productos. Hoy decidí usarlos de nuevo.

Ficción 2

He visto la escena de Fleabag sobre el cambio de cabello no sé cuántas veces: me parece divertida y sabia, sobre todo la parte de que la vida se cambia afuera y no dentro de un salón de belleza. La cosa es que se me olvida.

Consejos

Recogerse el cabello para cocinar, también para comer elote. /Soltarse el cabello hace que crezca más./ Recortar las puntas lo mantiene fuerte / Cepillarse por las noches ayuda a conservarlo sedoso.

Yo rara vez me lo suelto y no me he cortado las puntas desde aquella visita en que compré el Moroccanoil. Como elote en vaso y detesto cocinar. Cuando me cepillo, mi cabello se electrifica y se hace grifo, nada más.

Último tinte

Fui a casa de mamá para pintarme el cabello. Llevé dos botes por si acaso y ella me aseguró que solo usaríamos uno. Me senté frente a su lavabo y como una profesional me fue separando el cabello. Me acordé de ella con su peine, seccionando su propio cabello para pintarlo, pude ver su silueta esperando el tiempo de pose fumando en el comedor. Dijo que ella ha dejado de pintárselo no por flojera, sino porque quisiera tener la cabeza completamente canosa. Le conté que había tintes que podían hacerla parecer una verdadera cabecita blanca. Así qué chiste, replicó, mientras yo me angustiaba un poco por la posibilidad de manchar su lavabo cada que me pasaba el bote de tinte. Mi madre siempre ha sido muy limpia y ordenada, cuidadosa de los objetos al punto que presume cuántos años le han durado. Pensé que si algún manchón ocurría sería mi culpa y entonces se enfadaría. No conmigo, o quizás sí, el caso es que no quería que pasara por ningún motivo.

Al final descubrimos que ella había apoyado el peine, igual que yo había hecho tantas veces en mi lavabo, sobre uno de los muebles de su baño. Me apresuré a limpiar el manchón y ella me dijo que no había problema, que podía pintar el mueble con acrílico blanco que tenía en algún lugar de la casa. Fue un doble alivio: ella cometía los mismos errores que yo, aunque en menor proporción y el evento no se había convertido en un drama.

Cuando me metí a bañar, el agua escurrió el tinte y yo me sentía feliz, segura de que ahora sí había quedado parejito gracias a la experiencia de mi madre. Abrí los ojos y vi cómo el agua con tinte había manchado las paredes. Me dediqué un buen rato limpiar y taller para que no quedara nada. Unos días después, mi madre me preguntó qué tal estaba mi tinte. Le dije que bien. ¿Sólo bien?, me miró decepcionada. Super bien, mamá. Cuando tenga que pintármelo otra vez voy a venir. Sonrió, y para ponerla aún más contenta, le presumí a mi hermana que solo usamos un bote.

Largo

Nunca he tenido el cabello más largo de lo que lo tengo ahora, por debajo del hombro. Cada que llega a esta altura, por algún motivo, me lo corto. Para resistir he tratado de imaginar cómo me lo peinaré cuando esté largo de verdad: largo hasta casi la cintura.

Hoy he practicado un peinado echándome el bendito Moroccanoil para estilizar mis rizos. Me quedó más o menos. Al poco rato terminé recogiéndome el cabello y pensando: ¿para qué lo quiero largo si siempre lo traigo amarrado? Para sentir cómo cae por mi espalda cuando me baño, para cubrirme igual que las pinturas y mirarme desnuda pero vestida por mi cabello, para hacerme una trenza aunque quede delgadita como las que se hacen los señores que traen el pelo largo y nomás les crece en la base de la nuca, para hacerme un chongotote y darme el gusto de soltarlo y ver hasta dónde llega, para poder, ahora sí, usar dos botes de tinte porque no me alcanzan con el largo y que mi mamá me diga: ¿por qué no donas tu cabello? y yo me sienta un poco culpable por decirle que no pero luego lo piense bien y se me quite la culpa porque ah, cómo me ha costado trabajo que me crezca hasta donde lo traigo.

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Cecilia Magaña

Escribo, doy talleres y tengo un curso de creación de personajes en la plataforma de Domêstika. Vivo con Javier y Nala, una perra de humor cambiante.