2/52 Para eso se tiene un don, pero tú…

Cecilia Magaña
3 min readJan 11, 2021

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A dos días de volver al trabajo, me puse a hacer lo que se suponía iba a ser la misión principal de las vacaciones: ordenar y vaciar mi computadora. De niña intenté muchas veces tener el hábito de poner todo en su lugar, estimulada por los corajes que hacía mi madre que, en varias ocasiones, llegaba por nosotras a la escuela con una expresión que me asustaba y advertía que había pasado la mañana entera arreglando y tirando quién sabe cuánto a la basura. Quizás es por esto que, como adulta, me permito el desorden hasta llegar a un punto en el que soy yo quien juega su papel y organizo, acomodo, tiro, no sin antes revisar cada cosa.

Las mudanzas son grandes oportunidades para este ritual en toda la casa, pero mientras no se avecine una, ordeno y acomodo por secciones, permitiéndome tener siempre al menos un lugar donde mi desmadre se imponga. Generalmente el escritorio: mientras más estrés o trabajo tengo, más desorden hay: como si ahí representara la sensación de que todo se va acumulando. Quienes comparten mi mal hábito saben que una puede identificar dónde está cada cosa dentro del desorden, que es posible recordar que hay un papelito con información que no debe perderse pero espera ahí, sepultado bajo libros, fotocopias, la envoltura de alguna galleta y otros tantos papelitos perfectamente desechables.

En diez años, no había ordenado más que el escritorio de mi computadora: cada cierto tiempo, la pantalla inicial de mi compu se volvía una réplica de lo que sucede con mi escritorio de verdad y hacía limpieza. Ayer por fin, me eché un clavado más allá: al menú de documentos y respaldos, con la intención de desechar todo lo que no necesito y copiar lo que quiero conservar.

La sensación de descubrimiento fue bastante similar a la de mis excursiones al clóset o los descubrimientos durante las mudanzas: encontré fotos de hace diez, ocho, cinco años. Reuniones y risas con amigos, departamentos que no hubiera querido dejar, retratos de Moira, la perrita que me acompañó casi 16 años, Javier y yo, más jóvenes y en las calles del centro de la ciudad (cosa que sí, en tiempos de pandemia de pronto se ha vuelto extraordinario). Documentos con notas incomprensibles y otras que quizás tuvieron un sentido en su momento y hoy me hacen reír: <<Posibles títulos: “Ellas no dejan respirar a tus personajes masculinos”, “Para eso se tiene un don, pero la verdad, tú…”, “Una habitación con diseño de oficina”>> Escarbé y me deshice de un montón de carpetas armadas para cualquier cantidad de concursos y becas que perdí, pero guardé lo que pudiera servirme para intentarlo de nuevo. Descubrí algunas imágenes de internet: secuencias enteras del interior de camiones urbanos, personas sentadas en distintas posiciones, bailarines de butoh. Ya luego me acordé que eran referencias para dibujos. Conservé algunas. Después de todo, hace unos días abrí un block de dibujo pensando en la sugerencia de una amiga: tener un hobby es importante para poner la creatividad en marcha y renovarla al hacer algo por puro gusto de hacerlo.

Escribo esto mientras varios archivos que he rescatado se cargan lentamente a la nube y me siento al mismo tiempo entusiasmada y nostálgica, como si esta laptop hubiera sido una de esas habitaciones de mi infancia, una de las tantas casas que dejamos atrás, de los departamentos que habitamos y ahora miramos desde fuera cuando pasamos por alguna calle. Me llevo mi desmadre con la idea de que se reproduzca en un espacio nuevo, con sus recovecos que ahora identifico y que, seguramente en unos meses volverán a esconderse bajo las novedades, esperando a que me llegue un nuevo impulso por escombrar y mostrarse como las joyas raras que eran, o como lo que alguna vez parecía indispensable y la madre que vive en mí observa confundida.

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Written by Cecilia Magaña

Escribo, doy talleres y tengo un curso de creación de personajes en la plataforma de Domêstika. Vivo con Javier y Nala, una perra de humor cambiante.

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