3/52 Frotarse las manos
Algunos villanos y las moscas comparten el gesto de frotarse las manos. Por eso siempre me han parecido malévolas cuando se paran en algún lugar de la cocina y todavía tienen el descaro de relajarse y frotar una pata con la otra, mirándome con esos ojotes que parecen abarcarlo todo y saboreándose lo pendeja que me voy a ver cuando intente alcanzarlas con el matamoscas.
Las moscas son sucias, muy sucias, decía mi madre, y me contaba que de niña solía atraparlas en un bote de mayonesa vacío, les echaba agua y jabón, las sacudía para bañarlas y luego jugaba con ellas al hospitalito. Las pobres descansaban, sarandeadas y limpias, sobre un pedacito de servilleta en una caja que ella había dispuesto como un pabellón del seguro social. Las que no habían muerto durante la limpieza, debían tardar un rato en secarse antes de escapar, pero entonces mi mamá no se agüitaba: eran capaces de irse porque no estaban limpias y sanas. Si no recuerdo mal, el juego terminó cuando capturó a una abeja. Se reía mucho cuando me lo contaba y reconocía que aquello había sido una crueldad, así que no intentó enseñarme a cazarlas y fue paciente cuando tuve la obsesión de coleccionar caracoles en frascos de mayonesa que, después de un par de horas, debía ir a soltar a la jardinera donde los había encontrado.
Investigando sobre las moscas, resulta que mi madre estaba equivocada: no son sucias, son de hecho tan limpias que lo que hacen al frotarse las patas es eso, lavarse a su manera. Las cerdas de sus patas, que tienen sensores olfativos, se limpian bien al frotarlas, luego suelen pasárselas por la cabeza: como si se peinaran. Una vez limpias, sus patas pueden percibir mejor las superficies (pulcras o puercas) por donde andan. Los villanos, también, parecieran frotarse las manos anticipando el gozo de lo que harán, saboreándose, anticipándose al placer que les da su maldad. No es que se laven las manos como Poncio Pilato, sino que las ensucian imaginariamente con lo que sea que están planteando ejecutar.
Mi madre, cuando está emocionada por algún platillo que desea comer, también se frota las manos. Levanta las cejas, agrandando los ojos, sonríe y se frota las manos diciendo cosas como: “voy a pedir un pastel de tres leches para festejar” o “¿no se te antojan unas tortas del Buda?” Como si fuera una pequeña maldad. La recuerdo también a ella y a mi abuela, chismeando ricamente en la sobremesa, después de lavar los platos, frotándose las manos para aplicarse la crema que se untaban no solo en las manos sino en el antebrazo hasta la altura del codo. Cuando se les pasaba la cantidad, nos tocaba a nosotras estirar las manos y recibir el excedente, participando también del ritual. El calorcito de sus manos y la humedad pegajosa de la crema implicaba una pasada nada más: ya embarradas, a cada quien le tocaba terminar de distribuir el excedente de hinds. Me gusta pensar en mi madre, mi abuela, mi hermana y yo, sentadas al comedor, frotándonos las manos y hablando mal de alguien: porque finalmente, eso es chismear.
Ahora, con la pandemia, todos andamos frotándonos las manos. Hay antibacteriales helados, otros que huelen a tequila y otros más que me hacen pensar en aquel juego de la escuela que consistía en embarrarte resistol y esperar a que se secara para arrancar una capita blanca con la textura de tu piel. Ya sea como una invitación sobre la mesa, en complicados dispositivos con pedales, o en la mano de un dependiente aburrido que estira la mano para darte tu porción, recibes el gel y andas un rato frotándote las manos, sin gozarlo, sin pensar en alguna maldad, en algún postre prohibido o el chisme que le daría al gesto al menos un poco de sabor. Tampoco hay muchas oportunidades ni es prudente compartir el excedente a manera de caricia, aunque a veces pasa: lo he visto y lo he hecho yo misma y se siente bien, aunque sanitariamente supongo que es malo. Cómo se extraña el contacto.
Las moscas siguen y seguirán frotándose las manos. Los villanos quién sabe, porque ahora el gesto es una señal de autocuidado, de ver por el bien común. Sería muy raro ver a un héroe o heroína frotarse las manos mientras planea un rescate o justo antes de lanzarse a salvar a alguien, a menos que fuera el señor Miyagi o Daniel-san (que últimamente no es muy heroico que digamos).